Cuando el lúgubre repicar de las campanas cesó, entre la negrura y oscuridad del foso, entre los cadáveres que yacían ya sin nombre, se erigió triunfante la figura del paladín. No sin titubeos, había esgrimido su arma más temible y poderosa: su paciencia, su planificación.
Cadáveres que yacían ya sin nombre: Tremenda imagen. Poderosa.
ResponderEliminarSaludos
J.
Gracias, es el inexorable destino para todos, menos quizás para unos pocos... entre ellos nosotros los escritores!
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